Queridos hermanos y hermanas
Gracias por invitarme a participar con ustedes en el Jubileo de la Provincia Mediterránea. Es bello vernos aquí reunidos para celebrar juntos la gracia de Dios quee nos hace renovarnos en nuestra vocación bautismal y carismática misionera. Es bello hacerlo en esta basílica que hace memoria de San Pablo que fue misionero de las gentes y donde se celebró la acción de gracias por la canonización de san Eugenio, nuestro Fundador. Pidamos al Apóstol y a san Eugenio que nos ayuden a renovarnos en nuestra vida cristiana para que podamos ser más santos y más misioneros.
Seamos santos: el Jubileo nos llama a renovarnos en nuestra vocación bautismal. ¿Qué significa esto para nosotros? Sabemos que para san Eugenio el auténtico misionero era el santo. El santo es aquel que se deja trasformar por la fuerza del Espíritu Santo para vivir con alegría el Evangelio, para vivir según el Espíritu de las Bienaventuranzas. El santo sabe convertir su vida en un anuncio gozoso del Reino de Dios y del amor de Jesucristo. Solo el santo es capaz de predicar la Buena Noticia con coherencia. Solo el santo es misionero porque se convierte en un Evangelio vivo : ¡no tengamos miedo a ser santos! ¡no tengamos miedo a escribir con nuestras vidas una nueva página del Evangelio!
Al celebrar como peregrinos este momento jubilar renovamos nuestra vocación a la santidad. Solo viviendo cada vez con mayor profundidad y radicalidad el Evangelio podemos responder adecuadamente a esta llamada. Nos tenemos que ayudar unos a otros en esta tarea. ¿No es acaso ese el motivo por el que vivimos en comunidades? Nuestra familia, según el sueño de san eugenio, está llamada a ser una familia unida en la caridad y el celo al estilo de los Apóstoles con Jesús. Una familia llamada a vivir una comunión misionera, una misión en comunión. (cf C.3).
“En el nombre de Dios, sean santos” decía san Eugenio de Mazenod a sus compañeros cuando el papa León XII aprobó la Congregación hace casi 200 años. Las CC y RR son la expresión carismática de nuestra manera de vivir el Evangelio, nuestra manera de ser santos misioneros. Al alba del 200 aniversario de la aprobación pontificia, quisiera invitar a cada oblato y a cada miembro de nuestra familia carismática según su propia vocación, a confrontar su vida con el Evangelio y con las CC y RR porque ellas nos indican “el modo de caminar siguiendo las huellas de Jesucristo” y “permiten así que cada uno evalúe la calidad de su respuesta al llamamiento recibido y llegue a ser santo”, dice la C. 163.
Seamos misioneros: Es un elemento esencial a nuestro carisma. Este jubileo es un momento especial para renovarnos en esta vocación misionera. La celebración del Jubileo no puede ser autorreferencial, no puede ser una excusa para quedarnos encerrados en nosotros mismos buscando un nido cálido o un refugio en el que cobijarnos de las dificultades de nuestro tiempo. No podemos celebrar nuestro jubileo sin renovarnos en el celo misionero, sin pensar en los pobres a los que somos enviados, sin atreverse de nuevo a intentarlo todo para hacer conocer a los hombres y mujeres de nuestros días quién es Jesucristo (C.7).
Dejémonos inspirar por san Eugenio y sus primeros compañeros. Ellos eligieron ser misioneros de los pueblos del campo porque eran los más abandonados de su tiempo. Pero hicieron algo más. En la misión popular, antes de predicar, se dedicaron a visitar a todas las casas porque sabían que muchos de sus habitantes no asistirían a la Iglesia por diversos motivos. Se arriesgaron a salir y buscar en sus casas a aquellos más hostiles o a aquellos por cuya condición de vida no parecían “bienvenidos” en las iglesias. No se conformaron con los 99 que acudirían fervorosamente a la misión, fueron a buscar a la oveja perdida a pesar de la dificultad. Esto mismo se repitió en las misiones fuera de Francia: con cuanta insistencia el Fundador urgía a los oblatos a no conformarse y salir al encuentro de los que todavía no habían escuchado el anuncio de Jesucristo. No se trataba de ir a países lejanos sino de encontrar aquellas personas “cuya condición está pidiendo a gritos una esperanza y una salvación que sólo Cristo puede ofrecer con plenitud” (C.5). Ellos fueron y son hoy nuestra preferencia.
Me gusta cómo define nuestra identidad misionera la Constitución número 11 que os propongo como inspiración: “Nuestra misión es proclamar el Reino de Dios y buscarlo sobre todo (cf. Mt 6, 33). Cumplimos esta misión en comunidad, que es un signo de que, en Cristo, Dios lo es todo para nosotros. Juntos aguardamos la venida del Señor en la plenitud de su justicia, para que «Dios sea todo en todos» (1 Cor 15, 28). Creciendo en la fe, la esperanza y el amor, nos comprometemos a ser levadura de las Bienaventuranzas en el corazón del mundo”.
Confiamos a nuestra Madre Inmaculada nuestra peregrinación de esperanza pidiendo que nos ayude a ser como ella, santa y misionera, cuidadora de los pobres y de la comunión en la familia, madre de la esperanza y sencilla sembradora de bienaventuranza en el corazón del mundo. Pidamos a san Eugenio y a nuestros Beatos oblatos que nos ayuden a encarnar signos concretos de esperanza con un renovado celo misionero y una renovada vida evangélica. Que podamos ser esos santos misioneros que anuncian la esperanza para nuestras familias, nuestras sociedades y sobre todo para los más pobres. Amén.
Basilica de San Pablo Extra Muros, 4 de octubre de 2025
