El 5 de junio, Día Mundial del Medio Ambiente, vuelve a interpelarnos con una invitación que no puede dejarnos indiferentes: poner fin a la guerra insensata contra la Creación, como la llamaba el Papa Francisco.

Diez años después de la publicación de la encíclica Laudato sí, su intuición profética resuena más actual que nunca: todo está conectado. La crisis climática, la pobreza, los conflictos y las migraciones no son problemas aislados, sino la expresión de una única gran crisis, ante todo moral y cultural, que afecta al sentido mismo de nuestra vida en la Tierra. La herida medioambiental y, en particular, la contaminación por plásticos es una urgencia ética y espiritual que cuestiona nuestro estilo de vida, nuestras decisiones cotidianas y nuestra visión del mundo. Los microplásticos «invisibles pero omnipresentes» han entrado en la cadena alimentaria, en los mares, en los suelos, incluso en el aire que respiramos y en nuestros cuerpos. Símbolo extremo de un consumo que lo transforma todo en desecho, son la señal tangible de una relación enfermiza con lo que nos rodea, que trata la Creación no como un don que hay que custodiar, sino como un recurso que hay que explotar.

Los Misioneros Oblatos de María Inmaculada deben estar en condiciones de afrontar este reto proponiendo un plan de acción que parta de la conversión del corazón y de las comunidades. Cada pequeño gesto puede no ser relevante en el balance de los problemas a nivel global, pero contribuye a recomponer el vínculo herido entre el individuo y la Creación. El cuidado de la creación es parte integrante del anuncio del Evangelio, porque nada de lo que concierne a la vida, la dignidad y el futuro de la humanidad puede ser ajeno a la misión de la Iglesia.

«¿Qué tipo de mundo queremos dejar a nuestros hijos?», preguntaba el Papa Francisco. La respuesta ya no puede posponerse. El momento es ahora.

Ahora le corresponde a cada comunidad, con creatividad y discernimiento, dejarse interpelar por el Espíritu y elegir qué signo concreto de amor por la Tierra y por los más pequeños desea ofrecer. Ya sea un gesto educativo, una revisión de los estilos de consumo o un proyecto de sensibilización: es importante que nazca del Evangelio y hable de esperanza. Porque cada semilla que muere renace a una nueva vida.