Estar hoy aquí juntos, en la víspera de la fiesta de San Eugenio, es una gracia y una responsabilidad. Si hemos elegido estar aquí, aunque sea por la noche, cansados, después de un día lleno de cosas, quizás con los niños correteando por la casa, o habiendo renunciado a otras cosas importantes, es porque sentimos dentro de nosotros el valor de estar juntos, de que nos pertenecemos, de ser familia. Este era el sueño de Eugenio: vivir el don de la experiencia de familia, de relaciones íntimas y auténticas, de amistades fraternas en las que experimentar el amor que su corazón sentía que le faltaba. «Un solo corazón y una sola alma». Eugenio había cargado en su vida con la cruz de una familia rota, de una madre distante, de una vida sin estabilidad y de la soledad. Nuestra Familia Oblata es la realización del sueño de Eugenio. ¡Qué gracia y qué responsabilidad ser el sueño de alguien!

Por eso podemos repetir juntos hoy:

Gracias Señor por el don de Eugenio y de esta Familia.

  1. Nuestra identidad nos ayuda a reconocernos

A lo largo de su vida Eugenio fue comprendiendo poco a poco lo que era carisma y esta familia. Y estos doscientos años de historia han ayudado a ser cada vez más conscientes de lo que significa y es nuestra familia carismática. Somos consagrados y consagradas, laicos, laicos, jóvenes y adultos cuyos corazones vibran por la comunión y la misión. Pero, en el fondo, somos personas que encontraron a Cristo en sus vidas y tuvieron la misma experiencia que Eugenio: ser mirados con amor por Cristo Crucificado. Por eso, antes de cualquier otra cosa me pregunto y os pregunto: ¿habéis conocido el amor y la misericordia de Jesús? ¿Sientes que esto ha dado tal vuelco a tu vida que pones a Cristo en primer lugar? Porque es esto lo que nos mueve. Somos cooperadores de Cristo y sólo tenemos en el corazón la salvación de los pobres, si Él es verdaderamente nuestra prioridad.

Después esto se encarna de manera diferente según nuestros estados de vida, los contextos en los que vivimos, las diferentes pobrezas que encontramos. Cada uno estará llamado a vivir este carisma de una manera específica: trabajando por las misiones, acompañando a los jóvenes, estando cerca de las familias, cuidando de una comunidad parroquial, trabajando por los migrantes, sirviendo como provincial, trabajando en una oficina y de mil maneras más. Somos una familia variada. Pero la experiencia de haber conocido el amor de Cristo y querer darlo a otros nos hace decir: mira, tú y yo somos iguales, somos hermanos, hemos recibido el mismo don. ¡Qué maravilloso!

Ayúdanos, Señor, a reconocer en el otro el don de este carisma que nos has dado por medio del Espíritu Santo. Danos ojos y corazones abiertos para ver que tu Espíritu es más grande que nosotros, que nuestros prejuicios, nuestras convicciones, nuestras costumbres.

Haznos conscientes de que todos somos responsables de este carisma y todos contribuimos a él con igual dignidad: laicos, consagrados, mujeres, jóvenes, adultos, ancianos.

Gracias Señor por el don de Eugenio y de esta Familia.

Os invito a pensar en una persona (laica o consagrada) que, con su testimonio, con su entusiasmo, os haga experimentar la alegría de compartir este carisma. Al final del encuentro enviad a esta persona un mensaje para agradecérselo.

  1. Nos complementamos y aprendemos unos de otros

Todos somos indispensables para el anuncio de Cristo a los pobres. Todos: sacerdotes, hermanos, hermanas, laicos, consagrados, laicos y jóvenes. Más aún, somos complementarios. Es decir, cada uno de nosotros no tiene la plenitud del carisma, sino que el carisma sólo encuentra su expresión más bella si cada uno pone su trocito. El otro es diferente de mí, pero sin él yo estoy incompleto. Los consagrados no pueden llegar a ciertos lugares y personas a las que llegan los laicos. Non pueden comprender ciertas dinámicas o ver ciertas pobrezas como las ven los laicos. Pero lo mismo ocurre a la inversa. Cada estado de vida tiene su especificidad y sólo mirando juntos este mundo podremos abrazarlo y amarlo como Dios lo ama.

Más aún, la fecundidad nace de la complementariedad entre el hombre y la mujer. En esto la Iglesia está dan pasos, y nosotros detrás, para que la mujer pueda florecer con todo su potencial y ayudemos también a la Familia Oblata a comprender nuestro carisma de forma siempre nueva.

La riqueza de ministerios, comunidades, vocaciones, estados de vida, talentos que tenemos en nuestra Provincia es un don. Y es hermoso cuando miramos al otro viviendo el carisma con su especificidad y podemos decir: gracias Señor porque esa persona, ese grupo, esa realidad está construyendo tu Reino también para mí, su trabajo, su vida me pertenece, la llevo en mi corazón, igual que llevo mis cosas.

Te damos gracias Señor cada vez que un grupo de nuestra familia ayuda a otro a crecer y a no desanimarse.

Gracias por todas las veces que consagrados y laicos se apoyan, se aprecian unos a otros, se estiman y confían unos en otros.

Gracias por cada hombre, consagrado o laico, que promueve la sabiduría carismática de las mujeres de nuestra familia y les devuelve su valor, su belleza y su dignidad.

Gracias Señor por el don de Eugenio y de esta Familia.

  1. Comunión misionera para el anuncio

¿Por qué es importante? Para que todos conozcan la salvación de Cristo. Y creo que es importante aceptar la invitación que el Superior General ha hecho varias veces de sentarnos todos en «mesas sinodales», donde los pobres están en el centro de nuestro discernimiento, y comprender juntos cómo vivir hoy este carisma de comunión y misión.

Pero para lograrlo es necesario que creemos oportunidades para crecer en comunión entre nosotros, que sintamos realmente que somos una sola familia. Abramos nuestras casas para estar juntos, laicos y consagrados, para crecer como comunidad y como familia, para crecer en fraternidad y en el conocimiento mutuo. Si no hay momentos para estar juntos entre nosotros, porque la vida es agitada y los programas anuales son intensos, debemos crearlos. Encontraremos los espacios y los momentos en la medida en que nos preocupemos de la comunión entre nosotros y de la misión con los pobres.

Sólo cuando hayamos consolidado nuestra vida comunitaria y crecido en sentido de pertenencia reciproca −-que ya es testimonio profético del Evangelio vivo− podremos realmente dejar hablar al Espíritu. Así podremos pensar en proyectos misioneros en familia y ser realmente eficaces en el anuncio.

Te confiamos, Señor, la Familia Oblata de nuestra Provincia, nuestros deseos de comunión, nuestros impulsos misioneros. Concédenos mirar el mundo con los ojos de Cristo crucificado, para que ningún pobre sea olvidado, ningún hombre abandonado, y a todos alcance la esperanza de tu misericordia.

Gracias Señor por el don de Eugenio y de esta Familia.